12 abril 2015

Salvando Nunca Jamás

¡Hola! Espero se encuentren bien. Los invito a pasarse por mi fic que ya (¡Al fin!) Está en sus capítulos finales :D
La portada la hice yo, jeje, por eso no es lo mejor del mundo.(?)

 
Sinopsis:
1941. Segunda guerra mundial. En el viejo continente reina el caos y Londres no es la excepción, restringidos por un toque de queda y bajo la amenaza de bombardeos a cualquier hora del día. Como es de esperarse, en medio de la debacle Jane no tiene tiempo para pensar en cuentos de hadas, aquellos que le leía su madre cuando era pequeña y hablaban de magia, hadas y un país maravilloso donde los niños eran niños para siempre. Jane ha crecido rápidamente, y lucha para pagar las deudas y mantener la casa que encierra tantos recuerdos de varias generaciones Darling. Pero todo cambia cuando cierta hada rubia se aparece en su cocina y la acusa de haber privado a Nunca Jamás de su héroe, país que ahora es aterrorizado y destruido por los piratas, y que perecerá pronto si Peter Pan no regresa. El problema es que nadie ha visto a Peter en diez años, y mientras Jane emprende la búsqueda del niño (que ya no es tan niño), otros secretos salen a la luz... ¿Será Nunca Jamás tan maravillosa como la imaginamos?
 
 
Como podrán ver, es un fic de Peter Pan (No kidding). Empecé a escribirlo hace muchos años, y he estado escribiéndolo entre descansos de la novela y de las clases. Le faltan sólo dos capítulos y el epílogo para estar listo, y quería ver qué pensaban de él.
 
 
Aquí les dejo el prólogo como preview :3
 
 
Salvando Nunca Jamás:



Prólogo:

La caída.

Años después, Peter no supo explicar cómo terminó allí. El recuerdo se había escapado de su mente, perdido en un museo de formas inconstantes, como toda su estadía en ese país encantado.

Sintió una fría ráfaga de viento, y una fuerza que no había sentido en su vida comenzó a tirar de él hacia abajo. El viento le golpeaba la cara, y debió de haber gritado, pero lo único que podía oír era la presión de este contra sus oídos. Trató de subir, de retomar el vuelo, pero era como si se hubiera quedado sin combustible, la brillante estrella cada vez más y más lejana…

Entonces entró en pánico. Era consciente de que estaba cayendo al suelo a una velocidad vertiginosa. Remolinos de colores pasaban frente a sus ojos, las casas victorianas reducidas a meros borrones y los faroles a volutas de luz.

Antes de que pudiera prepararse para el impacto golpeó la acera con fuerza, y lo último de lo que fue consciente antes de perder el conocimiento fue de la fría y mullida nieve, y del golpe seco que había hecho su propio cuerpo al caer.

No supo que era el comienzo del fin.

...

Al despertar, se dio cuenta de que estaba temblando. Seguía acostado en la nieve, y había comenzado a nevar otra vez mientras había estado inconsciente, por lo que la mitad de su cuerpo yacía enterrado bajo aquella capa blanca y helada. Estaba aturdido, y la cabeza le dolía horrores, pero milagrosamente, estaba ileso.

Se puso en pie con torpeza, y se sacudió la nieve del cabello y del  montón de hojas que formaba sus ropas.

-¿C-c-campanita?- murmuró, y rodeó su cuerpo con sus brazos en un intento de calentarse- ¿C-campanita?

Pero por mucho que la llamó, ella no vino.

Miró a su alrededor. Estaba en una calle de piedra, de casas antiguas y farolas con lámparas de aceite. A lo lejos pudo ver el enorme Big Ben, que recordaba haber sobrevolado cientos de veces cuando iba a visitar a…

De repente, supo dónde estaba, y a pesar de que temblaba de frío y de que no tenía idea de cómo volver a Nunca Jamás, sonrió. Buscó la casa que le era tan familiar y corrió hacia ella, diciéndose a sí mismo que entraría por la puerta principal por vez primera.

Eso de seguro sería una sorpresa para Wendy. Sí, seguro que la sorprendería, y también la asustaría, porque debía de tener un aspecto terrible. Pero ella sabría qué hacer, siempre lo hacía. Ella lo ayudaría a volver.

Y entonces las cosas volverían a la normalidad.

Subió las escaleras hasta el umbral, y sintió cómo le llegaba un poco del calor de la casa a través de la puerta cerrada. Golpeó la madera varias veces, hasta que se dio cuenta del viejo timbre, y entonces comenzó a golpearlo también.

Escuchó pasos apresurados que bajaban la escalera, y la emoción hizo latir su corazón más rápido de lo usual. La última vez que la había visto ella ya era una adulta. Tenía un esposo y una familia propia, pero seguía siendo la niña que había conocido. Su Wendy, la que le contaba cuentos- sobre él, obviamente- y la que había volado con sus hermanos a Nunca Jamás hacía ya mucho tiempo.

Pero la niña que le abrió la puerta no fue Wendy, aunque sí se parecía mucho a ella.

Debía de tener la edad de Peter- bueno, la que él había tenido cuando se fue, que eran unos nueve años. Tenía el cabello de un brillante castaño rojizo, y los ojos grises- A diferencia de Wendy, que los suyos eran azules.

Estaba llorando, y círculos negros resaltaban debajo de sus ojos, en contraste con su piel pálida.

-¿Quién eres? –preguntó Peter, enarcando las cejas y entrando en el vestíbulo sin invitación alguna. La niña pareció tan sorprendida como él, y lo miró de pies a cabeza.

Sin embargo, no parecía asustada en lo absoluto de que un desconocido acabara de entrar a su casa. De hecho, ni siquiera le incomodó su vestimenta. 

-¿Yo? Tú eres el que está tocando la puerta- dijo, no en tono grosero, solamente con honestidad.

-Estoy buscando a Wendy. Quiero hablar con ella.

Al oír su nombre, los ojos de la chica volvieron a empañarse.

-¿Son amigos?- Peter asintió con impaciencia, clavando la vista en la escalera mientras trataba de recordar cuál era la habitación.

Una vez adentro, no era lo mismo.

- ¿Dónde la conociste?- la voz de la niña sonaba estrangulada, como si estuviera conteniendo las ganas de llorar, y la compasión le cambió el semblante. Peter, por otro lado, no podía comprender por qué no iba a buscar a Wendy, o bien le decía dónde estaba para ir a buscarla el mismo.

-Fue hace mucho tiempo- dijo distraídamente, y se apresuró a subir las escaleras. La niña lo siguió, corriendo detrás de él- Necesito su ayuda para volver a mi casa…

-¡Espera!- lo sujetó del brazo, justo cuando su pie tocaba el primer escalón- Ella ya no puede ayudarte.

 -¿Por qué no?- preguntó, confundido. Wendy había dicho que podía visitarla cuando quisiera, que siempre estaría allí si la necesitaba, o si sólo quería escuchar sus cuentos.

-Tendrás que buscar a otra persona que te lleve a tu casa- dijo, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano libre-. Ella ya no está aquí, se fue.

-¿Dónde está, entonces?

-¿No lo entiendes?- parecía molesta de repente, y ya no podía detener las lágrimas que rodaban por su rostro- ¿Qué eres tonto o qué?

-No soy tonto, y quiero ver a Wendy- dijo él, ofendido, y apartó su mano con una sacudida. De repente, quiso alejarse lo más posible de ella. Irse a un sitio donde sus ojos verdes dejaran de fulminarlo con la mirada, y donde no pudiera ver esa expresión “adulta” que ensombrecía su rostro. 

Le recordó al padre de Wendy, la noche que le había gritado que madurara.

Conocía a esos niños, los que se apresuraban por crecer y creían que todos los demás debían de hacer lo mismo. Los que trataban la infancia como si fuera una enfermedad de la que quisieran curarse lo más rápido posible. Gente como ella era lo que lo habían hecho marcharse para no volver, al lugar donde podía ser un niño para siempre.

-Quiero verla- repitió nuevamente. La niña adulta entrecerró los ojos y apretó los puños.

-Bien, te llevaré con ella- subió las escaleras casi de manera automática, y Peter después pudo jurar que la vio arrastrando los pies. Se detuvo frente a una puerta, y su mano se congeló a unos centímetros del picaporte.

-Vas a desear no haber venido- le dijo, sin siquiera darse la vuelta. El niño entonces no la entendió.

La puerta se abrió, y Peter se dio cuenta de que nunca había estado en esa habitación. Para empezar, el papel tapiz de esta era verde, con pequeños claveles rosados y detalles en dorado, y la ventana era mucho más pequeña.

Segundo, esa no era la habitación de una niña. Era la recámara de una mujer adulta. No había juguetes, ni libros de cuentos. De hecho, no había casi nada: Una cómoda blanca, un pequeño armario, una mesita de noche con varios libros encima, y una lámpara extraña que ardía sin vela. La gran cama doble estaba justo en el centro…

Y entre los almohadones blancos como la nieve de afuera y el cubrecama amarillo, descansaba Wendy.

Había envejecido, aunque era una vejez extraña, una que no tenía que ver con la edad, sino con el agotamiento. Esa Wendy estaba demacrada y cansada. Algunos mechones grises decoloraban su brillante cabello, sujeto en una cola, y una palidez amarillenta coloreaba su rostro.

Sin embargo, a pesar de todo, este tenía una expresión serena, como si ya no sintiera ningún malestar.

-Puedo esperar a que despierte- dijo Peter, que aún no lo entendía. La niña se tapó la boca para reprimir un sollozo.

-No va a despertar.

-¿Por qué?- Por su expresión, ella quería golpearlo- No puede dormir para siempre.

Eso pareció hacer reaccionar algo dentro de la niña, que se acercó hasta quedar a sólo centímetros de él.

-¡Eres la persona más estúpida del mundo! –Gritó- ¡No va a despertar, nunca lo hará! ¡Está muerta! ¿No lo entiendes?

-No seas mentirosa- dijo él, negando con la cabeza- Ella no está muerta.

-Sí, lo está- replicó la chica. Tenía que estar loca, o a lo mejor era su manera de divertirse, jugándole bromas a los demás. Wendy no podía estar muerta, sólo estaba durmiendo.

-Te lo probaré- Peter se acercó a la cama y zarandeó a la mujer suavemente por el hombro- Wendy, despierta… -murmuró- Necesito tu ayuda.

Debía de estar profundamente dormida, porque ni siquiera se movió. La zarandeó con más fuerza.

-¿Wendy? Soy, yo, Peter- Nada, entonces se le ocurrió que ella podría estar siguiéndole la corriente a la niña- Wendy, deja de jugar. Sí, es una broma muy buena, casi caigo, pero ya es hora de que abras los ojos.

Pero ella no lo hizo. Estaba completamente inmóvil, y sólo entonces fue que se dio cuenta de que su pecho tampoco se movía.

No estaba respirando.

A partir de allí, las cosas dejaban de tener sentido. Pasaron tan rápido que muchas, más adelante, ni siquiera consiguió recordarlas. Recordaba haberla sacudido con todas sus fuerzas y haber gritado su nombre cientos de veces, esperando que ella sonriera y le dijera que todo no era más que un juego.

-¡Wendy! ¡No! ¡Despierta! ¡Abre los ojos, Wendy!- el pánico, que había desaparecido cuando reconoció la calle, regresó, triunfante, y por primera vez en su vida estaba llorando.

Eso no era cierto, tenía que ser una pesadilla. Ella no podía estar muerta. Wendy no podía morir, ella no podía…

Sintió una mano en su hombro, y se dio la vuelta para encontrarse con aquella niña tonta que ahora lo miraba como una madre a su hijo. Era la misma mirada que una vez había tenido la mujer en la cama, cuando conoció a los niños perdidos.

Sólo que ella  no volvería a abrir los ojos nunca. 

-Traté de advertirte- dijo con voz queda. El niño sólo seguía negando con la cabeza frenéticamente. 

-¡Estás loca!- gritó, aunque nunca estuvo seguro de por qué. Peter quería correr, alejarse de la mujer muerta, y de la niña adulta que había arruinado su vida.

Y eso hizo, sus piernas se movieron sin que él les dijera, y se encontró a si mismo bajando las escaleras como una exhalación y adentrándose en la nevada que no parecía sino aumentar.

Pero él ya no era consciente de eso. Fue como si todo a su alrededor desapareciera. No era consciente de lo que yacía bajo sus pies, o del viento en su cara. Estaba en medio de una eterna oscuridad, fría y vacía.

Se sintió más solo que nunca. Dejó de importarle volver, dejó de importarle lo que le pasara en absoluto.

Estaba solo en aquel mundo extraño.

Solo, sin Wendy.

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Espero les guste la historia. ¡Hasta pronto!
Sin más nada que decir, se despide,
 
S.C. (co-bloggeando con Mel e Isabella)

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