29 noviembre 2014

Síndrome del Personaje Secundario.

Estos han sido meses de profunda meditación e introspectiva para mí, lo que es una novedad porque no tengo materia gris suficiente para meditar o ser introspectiva. El caso es que, luego de un proceso tan serio, me he dado cuenta de que tengo una clara enfermedad: El Síndrome del Personaje Secundario. No, no es joda, hablo total y absolutamente en serio.

Quien me conoce sabe que tengo un desagrado extraño e irracional por los protagonistas principales de los libros o las series o las pelis o cualquier cosa que tenga protagonistas en él. S.C. se frustra porque nunca me gustan los protagonistas de sus libros, sin embargo me encantan la mayoría de los personajes secundarios y siempre quiero saber más de ellos. Y tras meditarlo, he descubierto la razón: los protagonistas no siempre son felices, y vemos en primera fila su infelicidad. Tienen múltiples facetas y se ven afectados por las situaciones por la que sus creadores los hacen pasar, y a mí me da paja ver sus problemas casi tanto como me da paja cuando una persona que me cae mal me cuenta qué mal le va en la vida. Se deprimen, se ponen tristes, tratan mal a sus amigos y los ignoran, se hacen bolita en un rincón, hacen estupideces por despecho y otras cosas así.

Eso no pasa con el personaje secundario. El personaje secundario es algo así como en personaje de apoyo, ese allegado del protagonista que está ahí para él, pero cuyos problemas no vemos tan a fondo como los del prota. Claro que depende de la construcción y de la importancia que le den los autores a cada personaje aparte del protagonista, pero en general, los problemas que el espectador llega a ver del personaje secundario son usualmente tontos o nada importantes en comparación con los del protagonista, y para cuando vas a ver ya lo tienen todo solucionado, sin haber llegado a ver lo que tuvo que pasar para lograr que lo que sea que tuviese entre manos se solucionara. A meeenos que sea algo de comedia, ahí sí no hay perdón de Dios y no hay seriedad alguna (y es una de las razones por las que prefiero ver y leer y jugar cosas que me hagan reír a hacerlo con cosas serias).

Cuento con los dedos de las manitos los protagonistas que me han gustado. Pero personajes secundarios, adoro mil; y pareciera que entre más secundarios son, más me gustan. Por ejemplo, Rachel y Finn en Glee se me hacían insufribles, y ni hablar del Will; pero le tenía un amor casi irracional a Brittany. Brittany, la rubia tonta cuya participación en los capítulos era únicamente para hacer algo gracioso (e incluso en los capítulos donde ella era la protagonista, sus problemas siempre eran abordados con humor). Dejé de ver la serie cuando Rachel y compañía iban a la universidad, pero más allá del capítulo homenaje a Britney Spears y los capítulos donde se enfocaban en su relación con Santana, nunca abordaron el por qué Brittany era como era; su trasfondo, sus problemas, si le gustaba su vida o por el contrario se sentía mal y quería más. No, ella simplemente era como era porque sí, y así la aceptaban. S.C. me prestó Hush Hush hace años y nunca lo terminé de leer porque odiaba a TODOS los personajes. A todos, de verdad. Todos me parecían adolescentes estúpidos hormonados X que podía leer en cualquier fanfic típico. La única personaje que me gustaba era Vee, la mejor amiga de la prota (que me desagradaba tanto que olvidé su nombre) y, ¡Sorpresa! Era un personaje secundario, feliz y vivaracho. El caso es que, en general, el protagonista siempre tiene más importancia. Sus problemas son el foco de todo, y lo acompañamos fielmente hasta que por fin logra superarlos, calándonos todos sus dramas (ya sean con buena razón o no)  y sufrimientos internos. Con el personaje secundario no. Si él tiene un problema, pues lo tiene y listo, y cuando vas a ver mágicamente ya no lo tiene.

Y yo siempre me he sentido un personaje secundario.

Siempre he querido ser la amiga cómica que no se toma en serio lo que hace con su vida y sólo sigue a la corriente, mientras todos los demás se estresan con sus problemas y carreras y familias y todo. Siempre he pensado que mis amigos y allegados tienen problemas más serios que yo. ¿Y saben qué? Es que los tienen. Tienen metas trazadas, futuros planeados, y vidas con sube y baja que yo nunca había tenido. Y de hecho probablemente aún no los tengo. Sólo soy esa amiga de relleno que uno tiene, esa de la que se acuerdan de vez en cuando, pero no llego ni a la categoría de coprotagonista. Esa que, cuando se siente mal, nadie se la toma en serio, o le resta importancia a favor de sus propios problemas o los de otra persona.

Llega un momento en el que te das cuenta que todo el mundo está bien, excepto tú, y en el que sientes que ahora que tú estás mal y ellos están bien ya nadie se acuerda de ti. Te sientes desplazada. Y entonces te preguntas si es que fuiste un personaje tan, pero tan secundario en sus vidas que de verdad nunca les importaste y, cuando consiguieron uno mejor, optaron por reemplazarte. O, por el contrario, acabas de volverte protagonista de tu propia tragedia, y no tienes coprotagonista ni personaje secundario ni perrito que te ladre para acompañarte en tus dificultades.

Me gusta estar ahí para mis amigos. Últimamente es más fácil, porque con la plantada siento que me quedan bastante pocos. Soy una mala consejera, y de seguro varios de ellos piensan que soy un asco de amiga, pero el punto es que se me necesitan estoy ahí. Pero cuando yo quiero a alguien, me siento tan poca cosa, tan secundaria, que no quiero hablarle a nadie. Porque al final, a nadie realmente le importa lo que te pase, y eres tú quien tiene que solucionar su propio problema.  Al final, realmente estás sola.

Yo nunca quise ser la protagonista de nada. Siempre he aceptado que todos son más talentosos que yo, más atractivos que yo, más atléticos que yo, más amigables y adorables que yo, y que por ende siempre voy a ser un personaje secundario. Y ahora que siento que debo darme la importancia de un protagonista para seguir adelante, no sé cómo hacerlo ni tampoco quiero. A veces quisiera hacer como esos personajes que salen una vez y de repente no los vuelves a ver, y quedarme encerrada en mi cuarto para siempre hecha bolita en la cama. Dejar que los demás sigan con su vida y desaparecer de la de ellos porque, a la final, nunca fui nadie importante. Simplemente estaba ahí, y ahora que tienen a otra persona que ocupe mi lugar, no tengo por qué estarlo y ellos lo saben. La realidad es que a nadie le gustan las cosas rotas y, cuando alguien se siente así, siempre preferirán a quien sí está de pinga y no los va a amargar con sus estupideces. Aunque luego digan que puedes contar con ellos para todo, realmente no es verdad.


Sólo era un personaje secundario, y ya todo el mundo me consiguió reemplazo. No tengo mucho más que hacer.

Dándole uso al blog por primera vez desde el 2014 a falta de blog propio y perro que me ladre
KyokoD (co-bloggeando con S.C. y Limón)