05 junio 2016

De lo agridulce de la rutina

¡Hola! Espero se encuentren bien. Tengo tiempo sin pasarme por aquí. 
Estoy participando en un concurso en Wattpad, y esta fue la historia que envié para la primera fase. En el concurso, los moduladores colocan una foto, y debemos hacer una historia basada en ella. 
Esta se llama "Lo agridulce de la rutina"

You took me to your favorite place on earth
To see the tree they cut down ten years from your birth...
Our fingers traced in circles round its history
We brushed our hands right back in time through centuries


Dicen que tu vida pasa frente a tus ojos cuando mueres. 
A Elías no le sorprendió verla a ella. 
Sus ojos negros llegaron a él como un relámpago, su silueta recortada contra la luz de la mañana, la manera en que suspiraba cuando la besaba. Sus pies descalzos, dejando una estela sobre la arena, el calor de su mano sobre la suya...
Ese día, su último día, con la respiración entrecortada, Elías no pensó en el cuerpo de Catalina, ni en la magia de sus manos, ni en todo el poder que poseía, capaz de sacudir la tierra y enturbiar los cielos.
La imagen que vino a su mente fue la de aquel verano fugaz, tantos años atrás, donde habían burlado al mundo en un último grito de rebeldía. Donde una pequeña casa a la orilla del mar bastó para albergar todas las mentiras que se susurraban al oído entre besos apasionados: Mentiras sobre un mundo diferente, y como nadie podría separarlos. Sobre cómo forjarían su propio destino, lejos de ambos bandos. 
Y por triste que parezca, ambos creían que era cierto. Entonces estaban llenos de sueños. Alcanzar las estrellas parecía posible, bastaba con acercar sus labios a los suyos, y volarían como globos de helio hacia la bóveda celeste, para perderse en la lejanía.
No pensó en sus momentos más sublimes, cuando había construido naciones con las yemas de sus dedos, cuando sus poderes habían salvado aldeas enteras. No pensó en el calor del lecho, ni en lo suave de su piel. No puso mucho ahínco en la suavidad con la que sus dedos rozaban las teclas del piano, cuando creía que no podía oírla. 
Fue el instante más trivial de todos aquellos. Uno que hasta entonces había olvidado, uno que había enterrado bajo el resto de cosas que convertían a Catalina en la fuerza indetenible que era.
Era una mañana como cualquier otra, y los rayos del sol se colaban a través de las ventanas abiertas de la cabaña.
Estaban en la cama, juntos, aunque la atmósfera no tenía nada del calor de la noche anterior. Él desayunaba, el plato de cereal frío desatendido desde hacía varios minutos, sus ojos fijos en ella, que leía uno de sus libros favoritos. 
Su pijama blanca parecía fundirse con las sábanas, y el suave bamboleo de sus pies, junto al murmullo cercano de las olas, le dio la sensación de encontrarse flotando entre la espuma del mar, con ella.
Ella. 
No lo miraba, tenía los ojos fijos en el libro, el ceño ligeramente fruncido por la concentración. Sus manos, manos que podían construir y destruir, que amaban y odiaban, que podían derramar las suaves chispas celestes de un hechizo de sanación o las iracundas llamas rojas de un rayo lacerante, sujetaban entonces el libro sin ninguna preocupación, pasando las páginas con delicadeza.
De golpe, Catalina alzó la mirada, y sus ojos se encontraron con los suyos. Enarcó una ceja, su sonrisa apenas visible.
-¿Qué pasa?
Elías negó con la cabeza, inclinándose para besarla. 
-Eres hermosa. 
-Y tú un tonto –replicó ella, pero seguía sonriendo cuando volvió a su lectura. 
Se veía relajada, en paz, y se dijo que haría lo que fuera y daría cuanto tuviera por mantenerla así de feliz. Porque ese pequeño instante de monótona rutina durara para siempre. Porque siguieran flotando en medio de la espuma.
Pero el tiempo pasa, como siempre termina por hacer, y aquella mañana se hizo cada vez más lejana. La cabaña dejo de ser un lugar seguro, y ambos tuvieron que separarse, él, de vuelta con los humanos, ella, con sus hermanas, las hechiceras.
Y los años pasaron, y la promesa de volver a verse solo se unió al resto de las mentiras.
Excepto que el destino es cruel, y busca vengarse de aquellos que intentan desafiarlo. La guerra empeoró, la sangre tiñó ambos reinos, y Elías se vio de golpe en el campo de batalla.
Había tratado de zafarse, de permanecer al margen, y lo había logrado, o eso creía. Luego un día, al regresar, había encontrado el edificio donde vivía devorado por las llamas.
Por un momento, solo pudo contemplar, paralizado, como su hogar desaparecía. No podía dar del todo con el sentimiento, con la emoción que, lentamente, como humo a través de una perilla, fue creciendo en su pecho y enroscándose en su corazón.
No sabía decir cuándo había reaccionado, pero de un instante al otro había echado a correr, subiendo las escaleras a saltos en busca de sobrevivientes. 
Era un edificio de tres pisos. Las personas en la planta baja y el primer piso habían huido ya.
La familia del tercero no había tenido oportunidad. El techo había cedido sobre sus cabezas. Las llamas no lo dejaron siquiera alcanzar lo alto de la escalera, y solo pudo ver el derrumbe a la distancia. 
De su apartamento, en el segundo piso, salió ella, las chispas rojas aun manando de sus manos. 
Ella. 
De espaldas a él, observando el desastre como si nada pasara en lo absoluto. Como si no estuviera acabando con todo aquello que Elías había conocido.
Sintiendo su presencia, se dio la vuelta. Allí estaba Elías, de pie en las escaleras medio destruidas, y allí estaba Catalina, frente a su puerta.
Su expresión no dio muestra alguna de sorpresa.
-No deberías estar aquí -dijo simplemente, y la tranquilidad que emanaba hizo que la confusión de Elías diera paso a la rabia.
-¿Por qué, Catalina?
-Creerán que moriste -de nuevo, su voz  sonó fría, y sin embargo, creyó ver la tristeza en su mirada. Quizás solo quería que estuviera allí, creer así que se sentía culpable- Están buscándote, saben de nosotros.
No preguntó a quiénes se refería. Había sabido desde un principio a quienes molestaría al juntarse con una hechicera.
-Había personas inocentes.
-Siempre las hay.
Él estaba inmóvil. Su mano sujetaba con fuerza la balaustrada, y todo su cuerpo temblaba de rabia y de dolor, pero no podía moverse.
- No creí que fueras capaz de esto.
Podía escucharla, el día que se conocieron. El día que había hecho florecer antes de tiempo el jardín de su entrada, solo para entretenerlo.
"No todo en nosotros es malo" 
Le había creído.
-Siempre pensé que sería mejor para ti, si fuera la persona que crees que soy -dijo ella, y una breve sonrisa cruzó su rostro inexpresivo- Sé que no lo entiendes ahora, pero lo hice por ti, Elías. Para que pudieras comenzar de cero, para que...
Pero jamás supo qué esperaba de sus acciones, ni si creía que podría perdonarla (Ni siquiera él sabía si podría).
Un crujido retumbó en medio del pasillo, y las escaleras bajo sus pies terminaron de ceder, al mismo tiempo que los ojos de Catalina se abrían del golpe, la máscara en su rostro dando paso al pánico. 
Ella gritó su nombre. Vio las chispas en sus manos, blancas, cegadoras, mientras el suelo se abría debajo de él, pero era demasiado tarde.
Se precipitó hacia abajo, el viento zumbando en sus oídos, y en medio del shock buscó algo con lo que sostenerse, pero solo consiguió arañarse los brazos con las escaleras rotas.
Cayó violentamente sobre la planta baja, desmadejado como una muñeca de trapo. Todo su cuerpo ardía, como si las llamas lo hubieran envuelto en su calor antinatural. No podía moverse, no podía respirar. El edificio comenzó a dar vueltas...
Había dejado un agujero maltrecho en cada piso por donde había pasado, y a través de ellos, distinguió el agujero del techo.
Su mirada se perdió en las estrellas. Parecían brillar más que antes, como si se acercaran...
Y aunque ya no podía ver a Catalina, aunque no sabía siquiera si seguía adentro, pensó en ella. 
No volvió a preguntarse por qué había hecho lo que hizo. No vio su expresión inmutable, ni las chispas en sus manos, ni el temor  que la había invadido mientras él caía.
Flotaban sobre la espuma salada. Yacían en la cama, en la cabaña. Eran solo dos amantes, disfrutando de la mañana. Era solo un día más, donde seguían la misma rutina.
El comía, o lo intentaba. La miraba mientras leía. Podía seguir su lectura, si prestaba la atención suficiente... 
Y entonces, ella alzaba la mirada, y lo veía. Una sonrisa cruzaba sus labios.
Catalina, capaz de crear y destruir reinos, incapaz de sentir remordimiento alguno...
¿Cómo podría odiarla? Odiarla por ser dura, indomable, cruel como la naturaleza misma. Por ser un torbellino de color y nubes tormentosas, por ser indetenible, como la lluvia, por estar hecha de estrellas. ¿Cómo podía catalogarla como buena o mala, si la naturaleza no es ni una cosa ni la otra?
Quizás sí era un tonto, después de todo.

Los ojos de Elías se cerraron, rindiéndose ante la dulce inconsciencia. No alcanzó a ver a la figura de ojos negros que, en una nube blanca, lo cargó lejos del edificio, donde las llamas no podían hacerle daño. 

I'll see you in the future when we're older
And we are full of stories to be told
Cross my heart and hope to die
I'll see you, with your laughter lines...

Laughter Lines, por Bastille.



Espero les guste la historia. Sin más nada que decir, se despide


S.C. (co-bloggeando con Mel e Isabella)
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