Quiero compartir con ustedes un cuento que envié a un concurso en Wattpad recientemente (el que les mencioné en la entrada anterior) y anunciarles que quedé en segundo lugar :D ¡Yeeeey!
En la fase, teníamos que tomar cinco palabras de una imagen y hacer un cuento infantil.
Este se llama: Las tres pruebas de la luna.
Porque no hay cuento de hadas sin "Había una vez..." |
Cuenta la
leyenda que, hace mucho, mucho tiempo, cuando el mundo era joven, vivió
en la tierra de los dioses y los titanes, de las ninfas y las musas, una joven
con una voz tan hermosa, que todos los hombres al oírla rompían en llanto. Tan
melodiosa, que los pájaros se desplomaban en los árboles, incapaces de imitar
un canto como ese. Emperadores de todos los confines del mundo venían a Grecia
con la esperanza de escuchar siquiera una palabra de su boca, y sus corazones
lloraban al momento de partir, con la esperanza de volver a verla.
Su nombre era
Selene.
Se dice que
no era una princesa, ni de noble cuna. No era una ninfa, una musa, una
diosa, ni mucho menos una titánide. Selene era humana, humilde, y la sirvienta
de una anciana mujer ciega, llamada Astrea, que vivía en una cabaña en los
linderos del bosque Eco. Al igual que su voz, la joven era hermosa, con
cabellos negros como el carbón y piel aceitunada. Era amable, inteligente,
educada y paciente, y amaba a Astrea como a una abuela, pues siempre había sido
buena con ella.
Se rumoraba
que la anciana, en su juventud, había sido una muy poderosa bruja, capaz de
derrumbar templos enteros con un simple hechizo. La mujer había encontrado a
Selene de pequeña, vagando por el bosque, sin idea de cómo había llegado
allí. No podía recordarlo, pero Astrea aseguraba que su llanto y su desolación
rebotaban en el viento en un eco interminable. La había llevado a su casa, y le
había dado un hogar.
A cambio,
Selene limpiaba la cabaña de Astrea, lavaba su ropa y preparaba sus comidas. Le
gustaba ir al bosque, pues le permitía distraerse de sus quehaceres y cantar,
su voz perdiéndose en la lejanía, para volver a ella en un murmullo
quedo.
Un día, cuando
Selene regresaba de buscar setas, Astrea la escuchó cantar, y su corazón se
llenó de preocupación. Cuando la joven entró en la cabaña, la anciana
dijo:
-Hija mía,
ten cuidado. El bosque está lleno de peligros, y los seres oscuros aman las
cosas hermosas. Canta cuando nadie pueda oírte.
Selene, que
preparaba la cena, asintió sin darse la vuelta.
-Sí, nana.
Pero la joven
partió al bosque al día siguiente, y olvidó el consejo de Astrea. La pureza de
su corazón la hacía incapaz de pensar mal de los demás, y no creía que alguien
pudiera hacerle daño.
La cascada
tintineaba, el agua cristalina chocando contra las rocas, y Selene cantó con
ellas mientras recogía flores. Al volver la joven a casa, la anciana escuchó
pasos que la seguían, y que desaparecían tan pronto alcanzaba el camino de la
entrada.
-Hija mía
-dijo la anciana, cuando Selene entró en la cabaña- Ten cuidado. Tu voz ha
atraído a las sombras, que aman las cosas hermosas. Canta solo cuando sepas que
no pueden oírte.
Y Selene, que
acomodaba los narcisos que acababa de recoger en un jarrón de oro y plata,
asintió sin siquiera darse la vuelta.
-Sí, nana.
Pero al día
siguiente, cuando se adentró en el bosque, olvidó nuevamente las palabras de la
anciana, presa de la dicha. Los pájaros cantaban en el claro, y Selene se unió
a ellos, mientras buscaba madera para encender la chimenea.
Detrás de ella
apareció una silueta alta y delgada, cubierta por una capucha.
-¡Qué voz tan
dulce! -decía, y su voz hizo que Selene se volviera, aterrada- ¡Qué voz tan
dulce!
La sombra
caminó hacia ella.
-Por favor,
no me haga daño -No podía ver su rostro debajo de la capucha, solo oscuridad.
-¡Qué canto
tan puro! -decía la silueta, y extendió una mano alargada hacia Selene- Como el
corazón de una niña...
Las sombras
salieron de sus dedos grisáceos, y Selene intentó correr, pero se enroscaron en
torno a su pecho, rodeándola varias veces antes de desaparecer dentro de
ella.
-Ahora tu voz
me pertenece.
La figura
desapareció sin más, y la joven cayó de rodillas, buscando las sombras que la
habían rodeado. Un frío insoportable se había alojado en su pecho, y a pesar de
que su corazón latía a toda prisa, notó, horrorizada, que apenas y podía
sentirlo, como si estuviera rodeado de hielo.
Corrió de
vuelta a la cabaña, y llorando, se arrodilló frente a la anciana, rodeando su
cintura con sus brazos.
-¡Nana, algo
horrible ha pasado! -sollozó, y le contó su encuentro con la sombra.
La anciana
acarició sus cabellos, y suspiró, pesarosa.
-Hija mía, te
advertí que no cantaras. Las sombras aman las cosas hermosas, y en su afán por
poseerlas, suelen extinguirlas para siempre. La penumbra ha rodeado tu corazón,
y sin él, no podrás volver a cantar.
El llanto de
la joven era amargo, y el frío en su pecho aumentaba.
-Nana, lo
siento tanto. Debí escucharte –lloró- ¡Ahora jamás podré cantar de nuevo!
-No todo está
perdido -dijo la mujer, y Selene alzó la cabeza, confundida- Hay una
solución.
-¿Qué cosa?
-Un hechizo. Uno
muy antiguo, de los tiempos anteriores al sol. Puede apartar las sombras de tu
corazón y darte tu voz de vuelta.
-¿Es cierto
lo que dicen entonces, nana Astrea? ¿Es cierto que fuiste una bruja?
-Aún lo soy
-concedió la anciana- Pero ya no puedo buscar los ingredientes que
requiero.
-Dime qué necesitas,
nana -dijo Selene, poniéndose en pie con nueva resolución- Yo los buscaré por
ti.
-Antes de
hacerlo, hay algo que debes saber: No son fáciles de conseguir. El camino es
largo y arduo, incluso para una joven como tú.
-Haré lo que
sea, nana. Estoy segura.
-Muy bien
-dijo la bruja, asintiendo- Debes salir del pueblo, y tomar el sendero hacia la
montaña de piedra. En lo alto encontrarás una cueva, y en ella a un dragón, de
escamas blancas y negras. Necesito que me traigas una de cada color, pero han de
ser de su cola. De cualquier otra parte de su cuerpo no servirán.
-¿Un dragón,
nana? -gritó la joven- ¿Cómo he de tomar sus escamas? ¡Podría devorarme!
La anciana se
puso en pie y caminó hasta uno de los estantes, tomando una bolsa de cuero y
tendiéndosela a la joven
-Aquí hay
algo que te ayudará, pero recuerda tener cuidado. El peso de los años puede
cambiarnos.
Las palabras
de la bruja no tenían sentido, pero Selene asintió, colgándose la bolsa al
hombro.
-¿Cuál es el
segundo ingrediente, nana Astrea?
-Más allá de
esa cueva, si bajas por el otro lado, encontrarás un valle rodeado de árboles. Colgando
de uno de estos, verás un panal de abejas. Necesito que me traigas un poco de
su miel.
-¡Pero, nana!
¿Cómo evitaré que las abejas me piquen?
La anciana buscó
en otro estante, y tendió a la joven una caja de madera oscura.
-Esto te
ayudará. Pero recuerda tener cuidado. La confianza puede hacernos tropezar.
Y sin
entender de nuevo qué quería decir la anciana, Selene guardó la pequeña caja
dentro del saco.
-¿Algo más,
nana?
-Hay un
ingrediente más: Si sigues adelante, encontrarás al final del valle un sendero
de piedra rojiza, que te llevará al mar. En la orilla de la playa veras una
única flor. Necesito que me la arranques y me la traigas.
Sorprendió a
la joven la facilidad de la última tarea, luego de la dificultad de las
anteriores.
-Algo te
molesta, mi niña -dijo la anciana.
-Estoy
confundida, nana: ¿Por qué la última prueba es tan sencilla, comparada con las demás?
-¿Sencilla?
¡Hija mía, pero si es la más difícil de las tres! Tomar esa flor será la más
dura de tus pruebas, y determinará qué tanto quieres volver a cantar.
Y Selene
partió, despidiéndose de Astrea y abrazándola con fuerza.
-¡Nana! No
debería dejarte sola.
-Tonterías,
mi niña. Estaré aquí cuando regreses -terció la bruja, apretando sus manos- Trae
esos ingredientes, y retiraré las sombras de tu corazón.
La joven se
fue, rumbo a la cueva en lo alto de la montaña, y a su primera prueba.
Al salir del
pueblo, encontró un prado repleto de flores, todas de colores diferentes, y tan
hermosas, que quiso quedarse allí para siempre.
Pero no podía
detenerse.
-Cuando
consiga mi voz, volveré aquí -se dijo, sin perder su resolución.
Llegó a la
montaña, y distinguió la cueva en lo alto. Para cuando se vio frente a esta, el
sol ya había descendido, y la luna brillaba en el cielo. No podía ver más allá
de sus pies, y menos lo que se escondía dentro de la cueva.
-¿Quién anda
allí? -dijo una voz gruesa, y la joven contuvo el aliento.
"¿Qué
hago?" Pensó "Nana no mencionó nada sobre hablar con el dragón. ¡Ni
siquiera que podía hablar! ¿Y si no se trata de él?"
-¿Quién anda
allí? -repitió la voz, y Selene se dijo que lo mejor era responder.
-Mi nombre es
Selene. La bruja Astrea me ha enviado, en busca de dos escamas del dragón que
vive aquí.
Un rugido
reverberó en la oscuridad, y la joven se hizo a un lado con un grito de terror,
cuando una llamarada salió de la cueva.
Pero las
llamas pasaron lejos de la chica, incendiando unas rocas junto a la cueva, que
permitieron a la joven distinguir al dragón.
Su rostro
ocupaba casi toda la entrada, liso y afilado, y dos ojos verde esmeralda le
devolvieron la mirada. Las escamas, blancas como la nieve y negras como la
noche sin estrellas, se alternaban alrededor de su cara. Su cuello era blanco,
con patrones negros en espiral que se extendían hasta su lomo.
El dragón no
hablaba, su boca no se movía, pero las palabras llegaron a la mente de Selene
con absoluta claridad.
-¿Cómo sé que
Astrea te envió? -preguntó.
-¿Conoces a
Astrea? -preguntó Selene, sorprendida.
-Fuimos
amigos una vez -respondió el dragón- Y sabré si me estás mintiendo.
La joven lo
observó, aterrada, y se preguntó qué podría decir o hacer para que el dragón le
creyera.
"Si me
equivoco, me devorará" pensó. "¿Qué hago?"
-¿Y bien?
-preguntó el dragón, inclinando la cabeza.
-Yo... -de
repente, recordó las palabras de su nana, y buscó en su bolso. Además de la
caja, había una única fruta: Una granada enorme- Ella... Me dijo... Que te
diera esto.
Mostró la
fruta, extendiendo el brazo y temblando de pies a cabeza. El dragón la observó
atentamente, y se acercó hacia ella, haciendo que la joven contuviera el
impulso de salir corriendo.
Pero el
dragón solo olisqueó la fruta, antes de emitir un gruñido de aprobación y
tomarla con su larga lengua, engulléndola de un bocado.
-¿Y para qué
quiere Astrea mis escamas esta vez? Hacía años que no escuchaba de ella.
“El peso de
los años puede cambiarnos”
La joven se
preguntó si debía responder, pero recordó que el dragón le había advertido que
era capaz de saber cuándo mentía.
-Las necesita
para un hechizo, pero ya no puede buscarlas por su cuenta. El peso de los años
es capaz de cambiar muchas cosas…
El dragón
pareció complacido.
-Eso es
cierto. Bien, puedes tomarlas, pero solo dos –dijo- Y busca entre mis tesoros
una copa de oro con flores blancas. Mi regalo a cambio de la fruta.
Selene hizo
lo que el dragón decía.
-Debo buscar
el resto de los ingredientes, pero agradezco mucho su ayuda.
-Lo que sea
por una vieja amiga.
Selene
continuó su camino, descendiendo la montaña y adentrándose en otro bosque, más
espeso que cualquiera que hubiera visto. Las ramas se entrelazaban sobre su
cabeza, dejando apenas ver los rayos del sol, que comenzaba a asomarse. El
bosque estaba lleno de senderos, amplios y bien cuidados, y los pájaros
cantaban a su alrededor, dándole un aire apacible.
"Me
gustaría poder explorar todos los caminos" pensó con un suspiro, sin
perder su determinación "Cuando consiga mi voz, volveré a este
lugar."
Más allá del
bosque, encontró el valle del que le había hablado Astrea, y en uno de los
árboles, distinguió el panal de abejas.
Caminó hacia
este, y ahogó un grito cuando una de las abejas salió del panal, dirigiéndose a
ella.
-¿Quién eres,
y qué haces en nuestro valle? -habló la abeja.
-Mi nombre es
Selene -dijo- La bruja Astrea me ha enviado, en busca de un poco de miel de su
panal.
-¿Astrea? -la
abeja zumbó, contenta- ¡Mi vieja amiga Astrea! ¡Ven, ven, toma toda la miel que
quieras! Mis hermanas no están en casa.
Selene
sonrió: ¡Qué fácil había sido! Buscó en el saco la caja que le había dado
Astrea, y dio un par de pasos hacia el panal, extendiendo una mano hacia él.
De golpe,
llegaron a ella las palabras de la bruja: "La confianza puede hacernos
tropezar"
"Es
demasiado fácil"
-¿Ocurre
algo, niña? -preguntó la abeja, cuando Selene bajó la mano, abriendo la caja y
viendo su contenido.
-¿A dónde
fueron tus hermanas?- preguntó, con suspicacia.
-A un panal
vecino -respondió la abeja con naturalidad.
-Es el único
panal aquí -dijo la joven- ¿Y no es un zumbido eso que escucho?
-¡Niña lista!
-zumbó la abeja, y un coro de zumbidos retumbó en el valle- ¡Qué niña más
lista! ¡Nos descubriste!
Un nubarrón
negro salió zumbando del panal, enroscándose en el aire y dirigiendo sus
aguijones hacia Selene. La joven gritó, y a toda prisa sacó aquello que la
bruja le había dado, lanzándoselo a las abejas.
La red,
plateada, brillante e intrincada, las atrapó a todas y cayó al suelo
pesadamente, impidiéndoles levantarse.
-Muchas
gracias por su ayuda -dijo, colocando la miel dentro de la caja de
madera.
Y siguió
adelante, cruzando el amplio valle, hacia el sendero de adoquines rojos que
Astrea había descrito. Cuando lo alcanzó, el sol comenzaba a descender, y
brillaba sobre los adoquines, tan deslumbrante como las llamas del dragón.
A su
alrededor, el césped pasó a roca y arena, y el camino llegó a un gran círculo,
dividiéndose en una docena de caminos más.
-¿Y ahora a
dónde voy? -se preguntó en voz alta, abatida.
-Depende de a
dónde quieras ir- dijo una voz a sus espaldas.
Al darse la
vuelta vio que se trataba de un joven, de ojos azules y cabellos dorados.
Vestía ropas propias de la realeza.
-¿Quién eres?
-preguntó.
-Mi nombre es
Selene- dijo- Quisiera encontrar el camino al mar.
-Te llevaré
hasta allí -dijo- Mi nombre es Ícaro, y mi padre, el rey, es dueño de estas
tierras.
-Muchas
gracias, Alteza.
El príncipe
señaló el sendero de la derecha, y ambos caminaron juntos, rodeados por el
rugir del viento.
-¿Y por qué
quieres ir al mar?
-Mi ama, la
bruja Astrea, me envió hasta allá en busca de una flor -explicó la joven- He
venido por ella desde muy lejos.
-¿Por una
simple flor? -preguntó el príncipe, aunque parecía incómodo.
-Verá,
Alteza, Astrea me advirtió que no debía de cantar en el bosque, pues mi voz
podría atraer a las sombras. No escuché su consejo, y las sombras rodearon
mi corazón, impidiéndome cantar, que es lo que más amo hacer.
-¿No podrás
volver a hacerlo?
-No sin su
ayuda. Verá, conoce un hechizo que puede retirar las sombras de mi corazón, y
eso me permitirá cantar nuevamente.
-Estamos en
busca de tu pasión perdida -dijo, algo abatido- Un honor ayudarte a
encontrarla.
En el camino,
Ícaro habló a Selene sobre la vida en su reino: Como su padre se había
asegurado de que su pueblo siempre fuera feliz, de que a sus súbditos jamás les
faltara nada, y era tan amado por todos, que los reyes vecinos enviaban espías,
en busca de su secreto.
-Suena como
un lugar maravilloso.
-Podrías
vivir aquí, si quisieras- dijo, sonriendo.
Selene quería
quedarse un tiempo en aquel reino ideal, pero deseaba recuperar su voz más que
nada en el mundo.
-Una vez el
hechizo funcione, vendré de visita, y podrás contarme más cosas.
Ícaro se
entristeció, pero asintió de todas formas.
-Esperaré con
ansias.
Llegaron
entonces al mar, y Selene contuvo el aliento ante el azul imponente frente a
ellos. El olor de la briza marina era embriagador, y las olas rozaban la orilla
en un baño de espuma.
-¡Nunca había
visto algo más hermoso! –dijo, con algo de pesar- ¡Cómo lo extrañaré cuando
parta!
-El mar tiene
ese efecto en la gente- rió el príncipe- Y allí está la flor que buscas.
Señaló hacia
un punto en la arena blanca y suave, donde las rocas se elevaban un poco, permitiendo
que las olas no dañaran la flor. Esta era una rosa rojo carmín, como los
adoquines que habían dejado atrás, y como las ropas del príncipe. El perfume de
sus pétalos se mezclaba con el olor del agua salada.
-¡Al fin, el
último ingrediente! –exclamó la joven, corriendo hacia ella.
Pero en el
momento en que sus manos rozaron el tallo de la flor, el príncipe gimió,
desplomándose en el suelo.
-¡Ícaro!
–Selene soltó la rosa, causando que algunos pétalos cayeran, y corrió a su
lado- ¿Estás herido?
El joven
estaba pálido, y sacudió la cabeza, sonriendo con tristeza.
-¿Has tomado
la rosa?
-No, no lo
hice –sus ojos se abrieron desmesuradamente- ¿Es eso lo que te ha hecho daño?
-Me temo que
sí –dijo, y se sentó trabajosamente, mirando a la joven- Verás, cuando era
pequeño, estuve a punto de morir, presa de la fiebre. Mis padres acudieron a
una bruja, y ella consiguió salvarme, pero a cambio, unió mi vida a la de esta
rosa.
-Pero
entonces –dijo Selene- Si la arranco…
-Arrancarás
mi vida con ella. No puedo vivir si la rosa muere.
-¡¿Por qué no
trataste de detenerme?! –exclamó ella.
-Porque estoy
dispuesto a pagar el precio, con tal de que puedas cantar de nuevo.
-Si nunca me
has escuchado…
-Una vez,
hace mucho tiempo, visité una tierra extraña, que no era gobernada por reyes,
sino por Dioses, y donde criaturas fantásticas hacían cosas increíbles. Había
escuchado la historia de una hermosa joven, cuya voz era capaz de hacer crecer
las flores. Fui hasta el bosque donde decían que se escuchaba su voz, y el eco
de los árboles trajo tu canción hasta mí. No fui capaz de hablarte, pero, ya
entonces, estaba seguro de que daría lo que fuera por escuchar tu voz de nuevo.
Ahora que te he conocido, sólo quiero hacer todo cuanto está en mi poder para
hacerte feliz.
-Pero, morirás…
–dijo ella débilmente.
-Y lo haré
con gusto, si eso te permite recuperar tu corazón –dijo el muchacho- Y te
marcharás con el mío también. Incluso si viviera, no sería capaz de amar a otra
mujer.
Los ojos de
Selene fueron a la rosa, apenas a unos pasos de distancia. Podría hacerlo,
Ícaro le había dado permiso. Podría regresar, y recuperar su voz…
Pero no, no
era capaz. Ahora había algo más importante que cantar.
-No lo haré,
no acabaré con tu vida –dijo, decidida.
-Jamás
volverás a cantar…
-¿Y cómo
podrá mi corazón ser feliz, si te lo habrás llevado contigo? -dijo ella- Ahora
que te he conocido, cantar no es lo que más deseo en este mundo. También te
amo, y quiero quedarme a tu lado.
El joven
sonrió, abrazándola, y acunó su rostro entre sus manos.
-¡No sabes lo
feliz que me haces! –exclamó.
Cuando se
besaron, una luz brillante destelló en la playa. Selene cerró los ojos, y una
cálida sensación se abrió paso en su pecho, los latidos de su corazón, fuertes
y acelerados.
-¡El hielo!
–gritó- ¡Las sombras, ya no están!
-¡La rosa!
–ambos giraron la cabeza. La rosa yacía, marchita, sobre las rocas- ¡El hechizo
se rompió!
-Pero, ¿cómo
es posible? –preguntó Selene.
Otra luz
destelló en la playa, y sobre las olas apareció la anciana Astrea, que ante
ellos, se convirtió en una hermosa joven, de cabellos rizados y cobrizos.
-¡Nana
Astrea! ¿Qué ha ocurrido?
-El amor
verdadero es la magia más poderosa que existe –dijo la bruja- Ha roto todos los
hechizos que los ataban, y ahora ambos son libres.
<<Hay algo
que debes saber, Selene: Tus padres fueron asesinados por las sombras cuando
eras muy pequeña, y Zeus me encomendó a tu cuidado, hasta que fueras capaz de
valerte por ti misma. Los ingredientes que te he mandado a buscar no eran para
un hechizo, sino para demostrarte tu propio valor, y tu capacidad de afrontar
cualquier obstáculo que se pusiera en su camino. Las cosas que has visto y el
amor que encontraste, eso fue lo que derritió el hielo en tu corazón, algo que
ningún hechizo podría. Y ahora que has logrado salir victoriosa, es momento de
que regrese a mi hogar.
Selene corrió
hacia la bruja, abrazándola con fuerza.
-¡Gracias,
nana, por enseñarme el camino! –exclamó- ¿Volveré a verte algún día?
-Sí, mi niña.
Pero ahora, has de ver el mundo por ti misma.
Y
despidiéndose de ambos, desapareció en un haz de luz.
Ambos jóvenes
partieron al castillo, donde el rey los recibió calurosamente, y el reino
entero celebró el éxito de los jóvenes, cuyo amor había logrado vencer todas
las dificultades. Selene e Ícaro se casaron, y juntos recorrieron el mundo,
conociendo maravillas indescriptibles.
Y ninguno de
los dos volvió a conocer la pena, pues vivieron felices para siempre.
FIN
"Y vivieron felices para siempre" |
Espero les haya gustado. Sin más nada que decir, se despide,
S.C. (co-bloggeando con Mel e Isabella)
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