31 julio 2013

Cuando Romeo mata a Julieta


Cuando Romeo mata a Julieta:
POR: s.c.

Romeo and Juliet by *palnk (DeviantART)

 
 
"De las fatídicas entrañas de estos dos enemigos, nace una pareja de amantes de mala estrella..." Romeo y Julieta (Prólogo). William Shakespeare.

Estaba atrapada.

Sus oportunidades de escapar habían reducido considerablemente al haber entrado a esa casa abandonada. Casi podía sentir la advertencia que gritaban sus paredes, los llantos de los fantasmas, de las almas olvidadas jamás vengadas que le suplicaban que se diera la vuelta.

Y sus oportunidades pasaron a cero cuando escuchó los pasos a sus espaldas.

Subió las escaleras a toda prisa, sin atreverse a mirar hacia atrás. Sus manos sudadas resbalaban sobre el pasamano, trastabillaba sobre los escalones, tropezó (Maldita sea, ¿por qué entonces?), pero se las arregló para llegar hasta la primera planta, asiendo el último escalón con las manos, tomando el impulso que le faltaba para levantase.

Resbalándose en el suelo polvoriento, levantó los tablones de madera, desesperada, en busca de aquello que la había hecho abandonar su escondite. Aquello que ponía su vida peligrosamente cerca del fin...

Los pasos aumentaron, un sonido seco, amplificado por el reducido espacio de la escalera. Escuchó voces  graves, murmullos bruscos y fríos que le pusieron la piel de gallina. Subían a toda prisa, y su corazón golpeó contra su pecho, como un ave enjaulada pugnando por salir.

Miró a su alrededor una última vez, con resignada desolación, y estaba a punto de irse...  Cuando distinguió el tenue brillo dorado, entre la arena y la ceniza. Lo escondió dentro de su abrigo, al mismo tiempo que los hombres abrían la puerta de golpe. Rostros de piedra la observaron fijamente, y ella hizo lo mismo, paralizada. Ojos oscuros, pozos sin fondo en cuerpos sin alma que perforaban sus pupilas desorbitadas. Casi podía oír sus pensamientos:

“Es ella.”

La ventana era su única salida, y saltó por ella, cayendo de rodillas al suelo de tejas calentadas por el sol que le quemaron la piel.  Una mano sujetó su cabello, tirando de él con fuerza, y al mirar de reojo, vio la cruel sonrisa de su captor, que con afectado acento, le dijo:

-Te tenemos. 

Pero ya estaba acostumbrada al dolor, hacía mucho tiempo que su vida no era otra cosa, y un mechón de cabello negro con las puntas cubiertas de sangre fue todo lo que el soldado pudo conservar de ella, mientras corría descalza por el tejado, mirando hacia atrás de manera casi espasmódica, su ruidosa respiración acompañándola a cada paso, y no consiguiendo, empero, ahogar las órdenes del soldado.

-¡Búsquenla!

Los vio darse la vuelta, saliendo de la casa y bajando a la calle, y triunfante, siguió corriendo, el sol quemándole la nuca, la fatiga reduciendo su campo visual, los oídos zumbándole y su corazón de ave latiendo desenfrenado la orquesta cacofónica de su trágica huida.

Y el medallón junto a su pecho.

Sonrió brevemente, extendiendo una mano temblorosa para alcanzarlo, y se lo ató al cuello, conteniendo las lágrimas de alegría. Volvía a estar a su lado. Había estado sola tanto tiempo, y ahora...

La siguiente casa estaba demasiado lejos para llegar hasta ella. Se detuvo, sin saber qué hacer, y se dio cuenta de que no tenía opción: Era hora de bajar.

Al acercarse al borde, las tejas crujieron, desmoronándose sobre el suelo de piedra. Ahogó un grito, deteniéndose de golpe, y temblorosa, se inclinó para ver hacia abajo. La calle desierta envió una descarga de alivio que hizo que le flanquearan las piernas. Se aferró a la cornisa, y con las piernas colgando y el sol dándole de lleno en los ojos, trepó hacia abajo, raspándose las rodillas quemadas con la dura piedra descuidada de la pared. El suelo estaba húmedo cuando lo alcanzó, y jadeante, apoyó todo su peso en la pared, sin poder evitar sonreír.

Fue entonces cuando sintió su presencia. Se congeló en el sitio, y el calor del sol desapareció, como si los ojos que taladraban su nuca trajeran consigo todos los vientos helados del mundo.

Se irguió en toda su altura, dándose la vuelta, y ambos se miraron en silencio. El soldado era joven, apenas unos años mayor que ella, de cabello rubio rizado y rostro anguloso.

En un gesto nervioso, ella apretó con la mano izquierda el medallón en su cuello. Él apenas reparó en esto. Sus ojos azules enfrentaron los suyos negros, y vio su vacilación, la manera en que la mano que sostenía la pistola se aflojaba apenas un tanto. Breve, un mero instante, en que ninguno de los dos pudo apartar los ojos del otro, en que ambas almas regresaron a sus cuerpos y calentaron sus corazones de piedra...

Pero de nuevo, fue breve, como sus esperanzas de escapar.


En el tren hacía calor, lo que era de esperarse, cuando dentro iban al menos doscientas personas por compartimiento. No había sillas, ni camas, y las mujeres, niñas y ancianas que viajaban con ella iban de pie, con la misma mirada vacía en los ojos, el mismo terror entumecido que reptaba por las pieles de todos en estos días.

Vacío, como el paisaje que distinguía a través de la ventana. Distante, vidas que se habían alejado de este mundo perdido para perderse en otra parte, otro lugar donde las sombras no pudieran hacerles daño.  


-¿Quién es?

-Nadie lo sabe.

-¿No escucharon su nombre? ¿Por qué no se lo preguntamos?

-Es un caso perdido, no ha dicho nada desde que llegó.

-Puede oírnos ¿no?

-No da muestras de hacerlo, pero podría estar ignorándonos.

No se equivocaba. Mantenía la mirada en el techo de su litera: Tablones de madera irregulares, descuidadamente lijados y sucios, que vagamente le recordaban a un lugar diferente: Un techo de tablones de caoba pulida, un ventilador blanco que giraba plácidamente, una ventana sin cortinas que dejaba entrar la luz de la luna...

-Eh, tú –alguien la sacudió por los hombros, y pesadamente, giró la cabeza hacia ella- ¿Eres muda o qué?

Parpadeó, usando los codos para incorporarse, y frunció el ceño en interrogante.

-¿Entiendes lo que digo? –insistió la mujer. Era al menos veinte años mayor, con arrugas en la frente que se marcaban cuando fruncía el ceño, ojos cafés y cabello rubio, corto, como el de todo el mundo en ese lugar.

De sus cabellos a sus ropas. Los soldados se encargaban de eso, de volverte igual a los demás, de quitarte el más mínimo rastro de individualidad. Apenas y había logrado esconder el relicario...

-¿Me entiendes?

Perdiendo interés en la conversación, volvió a acostarse.

-Quizás es tonta –escuchó decir.

-Ya, déjenla tranquila –replicó alguien más- Debe de ser la conmoción. Volverá a hablar tan pronto se le pase el susto.

Lejano, escuchó que la mujer junto a su cama reía secamente.

-Entonces no hablará nunca.


A las cinco llegaban los soldados, sacándolas de sus camas a gritos e instándolas a salir. Formaban una fila afuera, donde otro de esos hombres de piedra las observaba de una en una, sus ojos apenas deteniéndose en sus rostros antes de pasar a la siguiente. Luego, en esa misma fila, eran llevadas a las duchas, un salón enorme donde todas apretujadas recibían un chorro de agua helada.

La rutina era repetitiva, mortificante y dolorosa... Pero ella apenas y la notó. Trabajaba en lo que le decían, fundía el metal para las balas, fabricaba bisagras para puertas que terminarían en los hogares de los hombres de piedra, martillaba, cortaba y lavaba hasta que las yemas de sus dedos se abrían, y en ningún momento dijo una sola palabra.

A veces lo veía, al otro lado de la reja. Una figura uniformada en medio del frío del norte, su cabello rubio oculto por su sombrero, sus ojos azules clavados en ella.

Y ella sonreía brevemente, se daba la vuelta, y seguía con su trabajo.


-Te crees diferente a nosotras ¿No es así?

Ruth, como había descubierto que se llamaba la mujer rubia de ojos cafés, había probado ser bastante insistente. Incluso días después, cuando los escasos ánimos de sus compañeras habían comenzado a extinguirse, ella seguía atosigándola con preguntas, indemne a las muertas, las enfermas y las desaparecidas. Era casi como si su terquedad la mantuviera viva.

Giró la cabeza sobre la almohada, denotando su fastidio.

-Por eso no nos hablas, no nos consideras a tu altura.

Rió brevemente, poniendo los ojos en blanco, y se preparaba para perderse en sus ensoñaciones mientras ella seguía con su berrinche, cuando Ruth dijo:

-¿Crees que tu destino será diferente? ¿Que tu príncipe vendrá a buscarte y te sacará de aquí? Podrás haber sido otra allá afuera, pero aquí, estás tan condenada como el resto de nosotras.

La miró de nuevo, perdido el desdén, y supo por su cambio de expresión que sus ojos le habían dado la respuesta que quería:

“¿Y qué te dice que allá afuera no estoy condenada?”


Tras sus párpados había estrellas fugaces. Galaxias enteras que guiaban a aventureros enamorados hacia las tierras de la eternidad, hadas de mirada traviesa que con su polvo mágico transformaban los harapos en vestidos, las calabazas en carrozas, los sueños en realidades...

Por un momento, estuvo de vuelta en esa habitación, en esa casa que en sus sueños no estaba abandonada y sola, sino llena de vida, de alegría, de esperanza por un mañana mejor. Podía ver las estrellas a través de la ventana. Sus brazos rodeaban su cintura, y su cálido aliento le hacía cosquillas en la mejilla cuando susurraba en su oído.

Y el sueño era sólo una necesidad, y no el escape de un mundo que lentamente se había convertido en un cascarón vacío.

Los días siguieron pasando, imposibles de contar para los que perdían la cuenta. El paso del tiempo marcó sus manos, llenándolas de ampollas y callos y endureciéndolas al punto de desaparecer sus temblores. Su cabello había vuelto a crecer, despeinado y espeso como la melena de un león, y le traía una especie de tranquilidad volverlo a tener sobre sus hombros, como si no todo estuviera perdido.

Los números disminuían, y los dormitorios se hacían cada vez más silenciosos. No le molestaba el silencio, sin embargo, las palabras la habían dejado hacía tiempo. Sentada en la cama, sin poder dormir, abrió el medallón, observando al joven sonriente de la foto, y el mechón de su cabello que yacía del otro lado. Sus delgados y nudosos dedos acariciaron los bordes engravados y las líneas del rostro del muchacho dentro.

“No tengas miedo” Eran las últimas palabras que le había dicho. “Este mundo no es para nosotros.”

Sonrió. Encontrarían uno que sí lo fuera.


El soldado la incomodaba. Se las arreglaba para estar dónde sea que fuera, como una sombra que presagiaba el cumplimiento de su más terrible pesadilla, y siempre la observaba sin expresión alguna, con esos fríos ojos azules que la golpeaban y le helaban el pecho.

Una mañana, se aventuró a caminar hasta la reja, casi esperando que él se diera la vuelta y se fuera.

Pero no lo hizo. Siguió mirándola, inexpresivo, y ella se detuvo apenas a unos pasos de él, tan cerca que si estiraba los dedos, tocaría el alambrado, y bastaría con que él extendiera la mano también para que sus manos se tocasen.

“Hola, extraño” pensó, divertida.

¿Lo habrían abandonado las palabras también? Ladeó la cabeza ligeramente, interrogante, y aunque era su destino el que se precipitaba hacia el abismo, sintió lástima por aquellos infinitos ojos azules, y por el hombre vacío que los portaba.


Ruth y ella eran parte del reducido número de sobrevivientes, sus preguntas manteniendo en el presente a la una y sus miradas, muecas y gestos de respuesta bastándole a la otra para ocupar el tiempo.

Le había contado su historia. No había dicho que lo haría, no le había preguntado si le molestaría, era casi como si quisiera hablar para sí misma en voz alta, y ella simplemente estaba allí por casualidad.

Habían vivido a sólo dos pueblos de distancia. Ruth había sido una lavandera en la casa de una familia acaudalada, al igual que su madre, y su abuela antes que ella. Su esposo, Jakob, había muerto antes de la guerra, y la última vez que había visto a sus dos hijos varones había sido cuando estos eran llevados, en el tren de los hombres, hasta otro campo de concentración.

-Cuando la guerra termine, nos iremos a vivir a Latinoamérica –concluyó por decir, con una sonrisa que era más irónica que esperanzada. No pudo evitar sonreír también, y bajar la mirada a su medallón, acariciando el material con los dedos.

“Cuando la guerra termine.”

-¿Quién llevas allí? –Sobresaltada, ella levantó la cabeza. Ruth la observaba con ojos entrecerrados - En el collar, no sé cómo te las arreglaste para que no te lo quitaran, pero siempre lo llevas puesto, y te he visto sujetarlo en las noches cuando tienes una pesadilla –Habituada ya a interpretar sus expresiones, y sobre todo sus silencios, la mujer continuó- Es alguien importante para ti ¿no?

Asintió, y la expresión de Ruth pasó de la sospecha a la simpatía.

-¿Familia? –Ella negó con la cabeza- Amor, entonces –Ella se ruborizó, haciendo reír a la otra- Espero que puedan reencontrarse, de verdad que sí. No nos vendría mal algo de esperanza en este lugar.

Sonrió otra vez, más segura que antes.

“Lo haremos” pensó.

Y así sería. Más pronto, incluso, de lo que ella se imaginaba.


La madrugada siguiente, antes de lo normal, unas manos la sacaron bruscamente de la cama, sorprendiéndola y aterrándola al punto de soltarle un gemido.

El pequeño grito rebotó en las paredes del dormitorio, despertando a las pocas personas que quedaban allí. Ruth se puso en pie de un salto, su raquítica figura imponente bajo la escasa luz de la habitación.

Otro soldado, como salido de la nada, la detuvo antes de que pudiera hacer algo.

-¿A dónde la lleva? –gritó, observando por encima del hombro del hombre.

-Órdenes del comandante –replicó el soldado, tirándola del cabello para instarla a caminar. Ruth observó su partida con ojos aterrados, empañados por las lágrimas, y ella se las arregló para mirarla por encima del hombro y dirigirle una sonrisa tranquilizadora.

“Todo está bien. Es así como debe de ser.”

Y como si hubiera leído sus pensamientos, la expresión de la mujer se relajó, asintiendo en silencio.

El soldado la condujo hasta las afueras del pequeño dormitorio, frente a la pared que estaba más cercana a la reja. Lo observó, apenas unos años mayor que ella, y distinguió el brillo metálico de su pistola cuando la apuntó entre sus ojos.

No se inmutó en lo más mínimo.

-El herr comandante me ha dado órdenes de dispararle, a menos que usted acepte irse con él.

Parpadeó, confundida, y el hombre pareció comenzar a incomodarse de su mirada inquisitiva.

-También ha pedido que le pregunte su nombre –añadió el soldado, y entonces lo comprendió.

Sonrió, con más ganas de las que había sonreído en los últimos días.

“¿Crees que tu destino será diferente?”

Finalmente, era momento de hablar.

-Nadie lo sabe –replicó ella- y nadie lo sabrá nunca.

La vida es mi tortura y la muerte será mi descanso.” Romeo y Julieta.


-Herr comandante –la voz lo sobresaltó, sacándolo de sus pensamientos, y el muchacho levantó la cabeza. El soldado entró en la oficina con aire sombrío, y supo lo que había pasado, incluso antes de que dejara el medallón manchado de sangre sobre la mesa- Llevaba esto en el cuello, no sé cómo se las arregló para robárselo.

Observó el medallón apenas un momento, sin ninguna expresión, antes de dirigirse de nuevo al soldado.

-¿Y los demás?

-Ya han sido enviados a la cámara, herr comandante.

Asintió.

-Puede retirarse.

El soldado asintió, dándose la vuelta, pero se detuvo justo frente a la puerta, y notó su vacilación antes de que se volviera de nuevo.

-Le he preguntado su nombre, como lo pidió –comentó, y la curiosidad apenas y le quebró la voz cuando preguntó:

-¿Te lo ha dicho? –el soldado negó con la cabeza, y el alivio casi lo hace palidecer.

-Se ha reído en mi cara.

Contuvo las ganas de reírse también.

-Bueno, ya no importa. Está muerta, después de todo.

El soldado asintió también, dejando ver su disgusto sólo un momento antes de emprender la retirada. Ya solo, el muchacho dejó escapar un suspiro, y bajó la mirada al medallón sobre la mesa.

Recordaba el día en que se lo había dado, su sonrisa radiante cuando lo colocó alrededor de su cuello. Ni todas las riquezas de su familia se podían comparar con el brillo de sus ojos al sonreír.

-De esa manera, nunca estaremos lejos el uno del otro- Había dicho, y ella había sonreído más todavía.

El último día que se habían encontrado, el caos azotaba la ciudad, y la pequeña habitación había dejado de ser un mundo aparte, como si las puertas abiertas de la que antes había sido tierra de nadie hubieran dejado entrar la debacle de afuera.

Y esta se había condensado sobre los dos, ensombreciendo sus facciones.

-Podríamos huir –había sugerido, pero ella había negado con la cabeza.

-Nos encontrarán –replicó, con el tono y la tristeza de quien ya lo ha intentado bastante- Nos matarán.

Supo que era cierto, su cargo se encargaría de ello, la estrella en el pecho de ella los guiaría.

-Hay otra manera –comentó ella en voz alta. Sus ojos estaban llenos de lágrimas- Hay otra manera, y nadie jamás podría encontrarnos.

Y juntos, planearon su escape.

-Volveré a este mismo lugar –explicó ella, quitándose el medallón y escondiéndolo debajo de las tablas- Me esconderé por un tiempo, y luego vendré a buscarlo, a buscarte.

Asintió, consciente de que, cuando dejara la habitación, ambos serían extraños.

Había dudado. Ese momento, cuando se vieron frente a frente, cuando su plan se hizo aterradoramente real, había pensado dejarla ir... Pero sus dudas desaparecieron al mirarla a los ojos. Ella lo sabía, le sonrió levemente, con disimulo, animándolo a que continuara, recordándole que era lo correcto, que era la única manera...

Y en la profundidad de sus ojos negros, en esos túneles en los que siempre se perdía voluntariamente, y de los que jamás podía salir, no había ni la más mínima vacilación. En ese infinito, sólo aguardaba la paz, la felicidad, el cielo.

Había funcionado.

Sonrió, ignorando el nudo en su garganta. Ella había tenido razón, siempre la tenía.

-¿Cómo sabré que se trata de ti? –había preguntado ella, y él había sonreído con tristeza, acariciando su cabello.

-Te haré la pregunta de siempre.

Aunque nunca se lo había dicho, sí conocía su nombre: Era Psique, Ofelia y Afrodita. Era la Penélope de Odiseo y era Helena de Troya. Era la Catalina de Heathcliff, la Elizabeth Bennet de Fitzwilliam Darcy, la Cleopatra de Marco Antonio. Era Cenicienta, Blancanieves y Rapunzel...

Era Julieta. Su Julieta. La Salomé a la que gustosamente entregaba su cabeza.

Y la obra estaba a punto de terminar.

Sacó la pistola del cajón de su escritorio, y la observó sobre la mesa un momento, el brillante metal llamándolo de una manera en que nunca lo había hecho. Tomó el medallón, atándoselo al cuello, y este rebotó quedamente al reencontrarse con su gemelo, como si supiera el rostro que escondía dentro.

“Juntos para toda la eternidad.” Tomó la pistola, se la apuntó a la sien, y cerró los ojos al enroscar el dedo en el gatillo. “Un nuevo mundo, sólo para nosotros...”

En aquella tierra de fantasmas, donde la sangre teñía las paredes y la muerte era una inquilina constante, nadie se sobresaltó al oír el disparo.

Tres días después, la guerra terminó, aunque pocos en ese lugar estuvieron allí para verlo.

“Aquí pondré mi descanso eterno, y sacudiré el yugo de las estrellas infinitas, quitándolo de esta carne harta del mundo.” Romeo y Julieta. Acto V, escena III.  
Historia publicada en Wattpad, en la colección "Cuentos de luz y oscuridad"


S.C. (co-bloggeando con KyokoD y Limón)

30 julio 2013

Ausencia

Apenas te he dejado,

Absence by  ~ isky (DeviantART) 
vas en mi, cristalina
o temblorosa,
o inquieta, herida por mi mismo
o colmada de amor, como cuando tus ojos
se cierran sobre el don de la vida
que sin cesar te entrego.

Amor mío,
nos hemos encontrado
sedientos y nos hemos
bebido toda el agua y la sangre,
nos encontramos
con hambre
y nos mordimos
como el fuego muerde,
dejándonos heridos.

Pero espérame,
guárdame tu dulzura.
Yo te daré también
una rosa.

Por: Pablo Neruda.

Conseguí este poema hace poco, y tengo una obsesión con él desde entonces.(?) Me recuerda a uno de los episodios de mi novela, jaja. 
(Claro que mis desvaríos no consiguen hacerle justicia, pero ustedes me entienden.)
En fin, quería compartirlo con ustedes, espero también les guste.
Sin más nada que decir, se va a intentar escribir el nuevo capítulo,

S.C. (co-bloggeando con KyokoD y Limón)

25 julio 2013

Los tambaleos de cada nuevo capítulo

El orden es necesario.
No hablo de ser organizados y tener todo en su lugar: Hablo de la estabilidad. Todos tenemos ese elemento constante, esa roca a la que nos aferramos en este fenómeno cambiante, caleidoscópico y vertiginoso llamado vida. Incluso cuando todo da vueltas, nuestro estómago se revuelve y tenemos ganas de vomitar,  sabemos que podemos mirar en esa dirección y recordar que todo estará bien.
Y si alguien nos quita ese orden, nos sentimos perdidos, desorientados, como si nos recortaran de nuestro cuento y nos pegaran en otro. Como si de pronto nada tuviera sentido. Como los niños que somos, solos en la oscuridad.
Y de golpe, te das cuenta que ni siquiera aquello que das por sentado dura para siempre. Que lo único seguro es el cambio, y que lo desconocido siempre está al acecho como nuestra propia sombra, esperando que nos confiemos lo suficiente para tomarnos desprevenidos.
¿Qué hacer, entonces? ¿Buscamos esa roca, ese elemento constante, o nos lanzamos a los cambios como nos lanzaríamos a un precipicio?
¿Es bueno aferrarse al pasado? ¿Es bueno buscar la estabilidad? Si todo cambia, si todo es inestable como una casa de cartas, si los caminos que tomamos para ir a un sitio pueden dejarnos en un lugar completamente diferente, si nuestra vida es un caleidoscopio... ¿Vale la pena intentarlo, siquiera? ¿Es necesario, ir por la vida buscando algo particularmente especial y eterno?
Quizás nos tomamos la vida demasiado enserio. Quizás sea más fácil vivir y ya, aceptar los cambios, recibir las sorpresas y lanzarnos del precipicio. Quizás es más fácil si dejamos de preocuparnos tanto por el futuro y lo que va a cambiar, y nos concentramos en vivir el momento. En aprovechar lo que tenemos ahora, en vez de extrañar lo que se fue.
Seguimos aquí. Seguimos siendo constantes. Los giros en nuestra historia no nos cambian, sólo nos hacen más fuertes. El único elemento inalterable de nuestras vidas... Es nuestra vida misma.
Hasta que dejamos de ser constantes, y somos una parte más del caleidoscopio. Un color que se transforma y adquiere una forma diferente.
Pero eso ya es problema de otro.
Vivir y ya, sin complicarnos tanto. Eso debería de bastarnos ¿No?
Aunque a veces es tan difícil...
 
 
 
S.C. (co-bloggeando con KyokoD y Limón)
 

03 mayo 2013

Voilà!

¡Hola de nuevo!
Espero que a las demás no les moleste que cambiara el fondo otra vez, jajaja, bueno, saben que son libres de cambiarlo si quieren.
Para celebrar la nueva imagen del blog, compartiré con ustedes un poema (?)
Sé lo que están pensando: ¿Qué tiene que ver un poema con el blog? Bueno, tengo tiempo que no subo ninguno, así que para celebrar los nuevos comienzos, volvamos con la tradición :)
El original está en francés, ya que se trataba de una actividad para el curso, pero he tratado de traducirlo lo mejor posible (Ya que pierde para de su estilo durante la traducción, les anexo también el original).
Les explico: En la actividad, debíamos escribir un poema de amor utilizando una de las palabras que estaban en la lista. En este caso, aunque supongo que es algo obvio, la palabra era "voilá". En francés lo usan para señalar algo sorprendente, o quizás no tanto, y los magos al terminar un truco de magia siempre lo dicen. La idea era ver al amor como el mayor truco de magia de todos, capaz de solucionar las dificultades y alegrar todas las vidas (ya imagino a KyokoD fastidiandome por el comentario. *Inserte coros de "Awwwws" aquí*)

AWWWWWWWW *3*


...En fin, espero les guste :)

Original:
Voilà!
Un océan d'étoiles qui frappe ma fenêtre,
Les jambes d'un athlète, la foi d'un prêtre,
Ma‘raison d'être’!
Voilà! Voilà!
La lumière céleste qui tue l'angoisse,
C'est un ange qui m'embrasse!
C'est toi! C'est toi!
L'illusion d'un enfant, la muse d'un poète 
La voix qui m'arrête!
Ta voix! Ta voix!
C'est la solution
De tous mes problèmes,
C'est une fantaisie, le rêve qui m'harcèle.
C'est presque magique,
Ta vie et ma vie,
Le meilleur paradis!
Comme ça! Et voilà!






 Traducción:
Voilà!
Un océano de estrellas que golpea mi ventana,
Las piernas de un atleta, la fé de un sacerdote,
¡Mi razón de ser!
¡Allí está! ¡Allí está!
La luz celeste que mata mi angustia,
Un ángel que me abraza,
¡Eres tú! ¡Eres tú!
La ilusión de un niño, la musa de un poeta,
La voz que me detiene
¡Tu voz! ¡Tu voz!
Es la solución
A todos mis problemas
Una fantasía, un sueño que me acecha
Es casi magia
Tu vida y la mía
¡El mejor paraíso!
¡Así! ¡Y voilà!
 
 
Sin más nada que decir, exclama tetralmente "Voilà!" y desaparece tras una cortina de humo...
 
S.C. (co-bloggeando con KyokoD y Limón)
 
P.S. ¡Casi lo olvidaba! Pásense por mi historia en Wattpad ¿Sí? :D o en mi perfil, si quieren ver las otras. Limón y yo estamos trabajando en una, aunque estamos en paro.(?)
 
Anda paaaaaseeeen... ¿Sí? ¿Sí? :D
 



01 mayo 2013

A mi personaje shakesperiano favorito

(¡Hola! Sí, sigo viva, lamento la prolongada ausencia, pero he estado bastante ocupada...
En fin, a eso no es a lo que vine. Hoy estamos de fiesta, gente. Lean y descubrirán a qué me refiero. )


Arthur Hughes, ca. 1863 - 64.
Óleo en lienzo.
Las féminas descritas por William Shakespeare, a pesar de ser caracterizadas, en algunos casos, por impulsivas y desquiciadas (cosa que descartaremos, por el bien de la analogía) son también inteligentes, cargadas de lógica e ingenio y portadoras de una voluntad y una decisión indomables. Son resistentes como su recuerdo a lo largo de los siglos, como los pilares de una catedral que sólo canta himnos a su recuerdo,  y están dispuestas a luchar hasta el último aliento por conseguir lo que quieren (Después de todo, si apartamos lo irracional de la decisión, y ya he pedido que lo hagamos, ¿No dio Julieta su propia vida por conquista el amor verdadero?).
Y no hablo sólo de Shakespeare. Muchos personajes femeninos, de una manera u otra, han trascendido a la historia. Han dejado sus huellas en el libro de la inmortalidad, sus resistentes pisadas, reales o ficticias, un ejemplo y leyenda que aun hoy en día es contada y lo será por varias generaciones futuras.
El personaje del que hablaremos hoy, sin embargo, no es Julieta, ni Lady Macbeth, ni Viola...
Hoy, damas y caballeros, hablaremos de mi querida Ofelia.
 
¿Por qué? ¡Pues porque hoy, esta futura médico cumple nada más y nada menos que dieciocho primaveras!
(Todavía no domino el secreto y delicado arte que es la preparación de ponquecitos, así que espero que estos, si bien virtuales, sean suficientes)

Amante de los clásicos, mi guía cuando quiero escribir alguna frase en italiano (o entenderlo, en cualquier caso) y mi fiel compañera en la aventura epopéyica rapsódica que es estudiar medicina, su actitud no sólo supera con creces a su homóloga en tinta en papel, sino que, además, esta se las arregla para estudiar para siete materias en el proceso (Próximamente serán nueve, pero mi finalidad en este momento no es de ningún modo deprimirte).
¡Y sale bien, gente!  ¡Quiero verlos intentarlo!
Quería dedicarte una novela, pero me temo que, de aquí a que consiga publicarla (o pasar del segundo capítulo, de cualquier manera), tendrás al menos veinticinco (y por el bien de mi futuro, espero que mi ausencia de transporte o recursos monetarios haya dejado de ser entonces razón por la cual no puedo darte un regalo decente).
De cualquier manera, aprovecharé este blog para felicitarte en tu día, ya que temo que llamarte a esta hora y decírtelo yo misma ponga en peligro el que decidas cursar las materias conmigo en el próximo año. Como tu contraparte, marcas las vidas de todos los que te rodean (si bien, con todo el corazón, no te deseo el mismo final), y a pesar de que sólo te conozco desde hace un año,  espero desde ya que sigamos siendo amigas por el resto de nuestra muy, muy, MUY larga carrera.
Por todas las cosas buenas que te componen, dignas de la heroína de una novela, te mereces la mejor vida del mundo. Que todas tus metas se realicen, que consigas el último tomo de Los Juegos del Hambre en la librería, que nunca pierdas esa paciencia incalculable que te ha hecho soportarme hasta ahora, y que jamás pierdas el optimismo y la sonrisa que te caracterizan, incluso cuando nos toca el peor de los profesores.
Gracias, Ofe, por todo, y nos vemos en unos días,
Sinceramente,
S.C. (co-bloggeando con KyokoD y Limón)
 
P.D.: ¡Ya puedes votar! :D 


 

03 febrero 2013

Empecemos despotricando.

 OH, MIRA, PRIMER POST DEL AÑO. Y yo que pensaba que S.C. me iba a ganar. En fin, medicina stuff (?) ¡Feliz navidad, feliz año, felices reyes y feliz (inserte cualquier fecha que se me haya olvidado o de plano no conozca aquí)! ¿Qué tal todo? Espero que la hayan pasado súper cool y que hayan empezado el año con buenas energías y hayan empezado a cumplir sus metas (no como esta pajarita de aquí). No quiero amargar el blog colocando quejas y hateo en su primer post este año, pero ya que lo escribí, pensé que este sitio necesitaba un poco de mantenimiento. Lo escribí originalmente para Tumblr, mais porquoi non? (seguro no es así, pero igual). Aquí lo dejo.

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Antes de la peluquería... y después.

No espero que nadie lea esto, la verdad (?), así que aprovecharé. Hace poco (más exactamente mediados de Enero) empecé a estudiar Diseño Gráfico, luego de no poder entrar en Psicología ni en LUZ (una universidad de aquí en la que es algo complicadito entrar). Así pues, ahora que estoy estudiando esto la verdad es que no me quejo: soy muy mala para las manualidades y el dibujo, y me estreso mucho en el proceso de creación (?), pero de resto me gusta mucho. Además, con la práctica todo se puede, after all.

Sin embargo, hay dos cositas que me molestan.

Primero, no entiendo este afán de la gente de encadenarse preguntándome por qué entré en diseño gráfico si no sé dibujar, ni he cortado un papel en mi vida. Es cierto, no sé dibujar. Tampoco se cortar derecho, ni hacer una raya sin que me tiemble el pulso; vamos, ni siquiera sé colorear sin salirme de la línea. Pero hay gente que no parece entender que diseño gráfico no es simplemente dibujar bonito. En la actualidad hay setenta millones de programas de diseño por computadora, tantos que es casi ridículo. Y si bien no soy buena en lo manual, sí sé usar esos programas; quizás no perfectamente, pero sí que me defiendo. Ya, sé que de todas formas un diseñador debería al menos saber bocetear de forma entendible sus trabajos antes de pasarlos a la computadora, pero NO TODO se basa en el dibujo.

Sí, diseño no fue mi primera opción. De hecho, era la opción desesperada, esa a la que tendría que recurrir si no lograba ninguna de las otras dos. Pero el simple hecho de que la haya considerado como tercera opción, en vez de mandarla a la mierda como otras carreras que ODIO A MUERTE como la larga lista de ingenierías, derecho o parecidas, debería bastarles para saber que me gusta, me llama la atención, y estoy dispuesta a pasar roncha los primeros meses (incluso años) para poder continuar y echar pa'lante. No sé si la gente lo hace sin querer o a propósito para meter el dedo en la llaga, pero de verdad detesto que se queden pegados con el tema y me lo recuerden a cada rato.

Segundo, que va relativamente vinculado al punto anterior: mi corte de pelo y estilo en general. Quien me haya visto por ahí sabe que mi estilo es un poco más... random de lo normal, y que no son los típicos jeans, chemise, cholas y cola de caballo en el pelo. Al principio no era así: hace varios años era de esas a las que no les gustaba entrar a las tiendas porque le parecía que todo le quedaba mal, y prefería gastar dinero en otras cosas a su apariencia personal; fue hace pocos años que empecé a innovar y agregar cosas y comprar compulsivamente hasta que llegué al estilo que tengo ahora. El cabello fue el último paso: Siempre había querido el corte que tengo ahora, era como el sueño frustrado que nunca había podido lograr, porque siempre que le explicaba el corte a los peluqueros hacían cualquier otra cosa (que no es que se viese mal, pero no era lo que quería). El teñido fue un pequeño extra, pero esos son detalles. El punto es que me molesta un pelín que haya gente que diga que el estilo que tengo ahora viene derivado de que ahora estudio diseño. Como si fuese una especie de moda cualquiera, una fase X, ganas de pertenecer más al "grupo de los diseñadores" (cuando en realidad la mayoría de los que estudian conmigo tienen un estilo sumamente sencillo), y no algo que que realmente quisiese, parte de mi estilo personal y no una cosa copiada de algún sitio o para encajar. Lo que más me molesta es que varios de los que me lo han dicho son personas que me conocen desde antes, y que saben que mi estilo siempre ha sido un pelín diferente; incluso antes de que siquiera considerase diseño como carrera (porque desde 2do año había estado empeñada en que quería estudiar psicología). Que me lo digan ahora es como "Maldito, tú nada más me veías a las tetas cuando hablabas conmigo, ¿verdad?", porque no puede ser que vengan y me digan eso cuando mi estilo siempre ha sido así.

Ya. Necesitaba decirlo. Aaaah, me siento liberada.

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Luego de terminar de botar fuego por la boca, se despide
KyokoD (co-bloggeando con S.C. y Limón)