12 marzo 2012

A veces, ni yo lo creo.



"Quien vive temeroso, no será nunca libre."
Horacio.

A nadie le gusta tener miedo. Es una emoción paralizante, limitante, controladora. Es esa presión en el pecho que te impide respirar y hace que tu cabeza de vueltas, es esa incomodidad que te impide pensar racionalmente y te hace tomar decisiones apresuradas, es aquel malestar que el cerebro se esfuerza por reparar, refugiándose en cualquier cosa. Es sofocante, y te hace sentir que estás a punto de volverte loco.

Sí, tener miedo es un asco. Pero es peor aún no saber de que estás asustado.

Y es que... ¿A qué le tiene miedo una persona que no tiene razón de temer?

No, no hablo de temerle a cosas simples y concretas, como las arañas, los truenos, el monstruo dentro del closet. Esos miedos son simples, son explicables, son humanos. Todos tenemos miedo a algo, pero esa es sólo la punta del iceberg.

Hablo de terror puro y crudo, del sentimiento como tal ante un camino desconocido, de las sombras en tu cabeza, de sus formas distorcionadas y surrealistas, del pánico que te produce lo que puedan llegar a convertirse.
E, irónicamente, este es más humano todavía.

Pero... ¿Cómo se cura? ¿Cómo puedes superar un miedo que ni siquiera puedes definir?

Se puede ser optimista, pero a veces decir cientos de veces que "Todo va a salir bien" y que "Todo pasa por una razón", simplemente no es suficiente. Las palabras de aliento tienden a sonar huecas y trilladas, y terminan más como un pobre intento de autoconvencernos de que, en efecto, todo saldrá bien, así en realidad no tengamos la menor idea.

Es en parte la razón por la que se teme a lo desconocido. Podemos prevenirlo, podemos poner todo nuestro empeño en que sea de una manera... Pero, al final, nadie sabe si realmente será así.

Podemos controlar muchas cosas, podemos hacer tantas más... Pero no podemos controlar nuestro propio futuro.

Nadie puede.

Podemos organizar nuestra vida hasta el último detalle. Podemos tener metas, sueños, planes... Y a la final, quizás eso no nos sirva de nada. Puede que aquel tren que esperábamos nos llevara a un sitio determinado nos deje abandonados en el medio de ninguna parte, solos y sin idea de como volver a casa.

Puede que estuviéramos equivocados desde un principio, puede que ni siquiera estemos en el andén correcto.
Quizás en veinte años seamos alguien que ni siquiera nosotros mismos reconozcamos. Quizás al vernos al espejo sólo nos encontremos con un rostro cansado, hueco, y los ojos que nos devuelvan la mirada estén vacíos. Quizás Dorothy tenía razón, y los sueños sólo se cumplen en un lugar más allá del arcoiris. Quizás ni siquiera hay un arcoiris, sólo un juego de la luz cuando choca contra el agua, un mero reflejo de algo que no existe.

¿Qué vere mañana cuando me mire en el espejo? ¿Habré dejado de soñar, me habré rendido ya? ¿Encontraré en mis ojos el cáncer de la resignación o seguiré aferrandome a un mundo más allá de la realidad?

Rendirse.

Quizás ya lo he hecho. Quizás ya me bajé del tren, y dejé que se fuera, aunque sabía bien que no estaba donde quería estar. Contemplé los rostros extraños a mi alrededor, las palabras desconocidas, las miradas vacías, y seguí andando, insegura de a donde iba. A lo mejor mi camino me llevará de vuelta al principio, a lo mejor no pueda volver nunca.

Quizás no quiero hacerlo.

Quizás soy de esas personas tercas, que luchan el miedo a lo desconocido con la ciega esperanza de que algún día encontraran la salida al laberinto en el que todos estamos metidos, que esta será justo como lo imaginamos, y todo el recorrido habría valido la pena. Quizás soy tan osbtinada que incluso aunque jamás la encuentre, ignoraré el miedo, y seguiré creyendo que es posible.
Pero, a veces, como ahora, ni siquiera yo lo creo.


S.C. (co-bloggeando con KyokoD y Limón)